Pío XII murió el 9 de octubre de 1958 a las 3:52 hora local en el palacio de Castel Gandolfo, pero su funeral se convirtió en una pesadilla cuando su cuerpo literalmente explotó durante la procesión. El embalsamamiento fallido provocó que el pecho del pontífice se hundiera cerca de la basílica de San Juan de Letrán, obligando a cambiar las tradiciones funerarias vaticanas para siempre.
El desastre comenzó con la traición de su médico personal, Riccardo Galeazzi-Lisi, un oftalmólogo incompetente que vendió fotografías de la agonía papal a revistas como Paris Match por miles de dólares. Galeazzi-Lisi convenció al pontífice de usar su «revolucionario» método de conservación sin químicos, que consistía en bañar el cadáver en agua con hierbas, cubrirlo con aceites esenciales y envolverlo en capas de celofán.
El sistema natural resultó ser un fracaso catastrófico. El celofán obstruyó el paso del aire, provocó la acumulación de gases en los órganos y aceleró la descomposición. Durante la procesión de Castel Gandolfo a Roma, el cuerpo se tornó verde esmeralda y los guardias suizos se desmayaron por el olor. Los fieles presenciaron horrorizados cómo el cadáver se descomponía ante sus ojos.
Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli, quien ejerció como sucesor número 260 del Apóstol Pedro durante 19 años desde 1939, había solicitado que su cuerpo permaneciera intacto sin extracción de órganos. Su deseo de conservación natural se convirtió en una tragedia cuando la presión de los gases se volvió excesiva y su pecho explotó durante el traslado.
Al llegar al Vaticano, los mejores embalsamadores de Roma intentaron revertir la situación desesperante. El rostro de Pío XII se desmembró, se le desprendió el tabique nasal y hubo que colocarle una máscara de cera. El 25 de octubre de 1958, Galeazzi-Lisi fue despedido por el Colegio Cardenalicio y expulsado del Colegio Médico, mientras que el Papa Juan XXIII lo desterró del Vaticano de por vida.
